Las flores viven pendientes de reproducirse, desesperadas por procrear. Engendrar, fructificar es la sobrevivencia en todas las especies. Y para fecundar y ser fecundadas, las flores necesitan de los insectos que transportan el polen vital.
Esta capacidad de confraternizar entre especies, entre reinos, es quizás aprendida o innata, pero imprescindible para mantenernos vivos y existiendo en ciclos. Al parecer los insectos, seres algo distraídos y en ocasiones desmotivados, no siempre acuden por propio gusto o decisión, y entonces urge atraerlos con cualquier artificio.
Existe una inteligente orquídea, la Ophrys, que habita en buena parte del planeta. La hermosa flor se ha matrimoniado en secreto con la avispa macho.
Orquidea Ophrys |
Para sus encuentros exhala un aroma muy especial, además de adoptar una apariencia semejante a la avispa hembra. El macho, llamémoslo avispo o avispa masculina, pierde la razón y se dedica a amar con todo furor a la coqueta flor.
La coquetería en el fondo, sin quitarle virtud, es también supervivencia. La Ophrys, con prisa vegetal, acaricia impetuosa al insecto con el polen de sus estambres. Cuando la avispa macho vuela a otra orquídea también camuflada con gran habilidad, se produce sin remedio la polinización, ignorando el insaciable amante que ha sido apenas un simple intermediario, un polinizador más y otro amante engañado.
El engaño es otra esencia del amor. Pero la moraleja de esta y otras historias iguales es un final feliz, siempre feliz. El insecto ignora una y otra vez que es el padre adoptivo de las flores, y la flor recién llegada permanece ajena de por vida al asombro de que su progenitor lleva alas y no pétalos.
Y lo saben, hacen toda la vida como si lo ignoraran y trasmiten esa capacidad a la progenie. En cuanto cumple su mayoría de edad, la flor aprende que ese amante, con un amor muy ciego, ama cualquier cosa que parezca una avispa.
Según botánicos de diversas latitudes, la flor continúa todavía, en cualquier rincón, la evolución para confundirse más y más con las avispas hembras, dado que sin avispa macho estaría condenada a muerte.
Parecer lo que no es significa para la Ophrys oler como una avispa, crecer lo justo que crece la avispa, adornarse con los mismos colores que la avispa, y arriesgarse a ser la víctima un día de las celosas avispas hembras, si llega a hacerse pública la historia secreta de ese amor, que se repite cada día a la luz del sol.
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